Los ingenieros de la naturaleza
Toda persona hemos escuchado alguna vez la aseveración de que los animales son distintos a las personas, es más: somos especiales. Incluso es de “sentido común” asumir que somos completamente únicos y que no hay ningún otro ser ni remotamente parecido a nosotros. Cuando se escuchan los argumentos, si es que se llega a esos extremos, uno recurrente es que el ser humano es capaz de modificar y adaptar su entorno de una manera significativa. Sin perder esto de vista quiero que se imagine por un momento a un humilde conejo.
Es fácil imaginar a un conejo dando saltos por el campo con sus orejas puntiagudas y alimentándose de los vegetales que encuentra. También nos lo podemos imaginar huyendo hacia su madriguera rápidamente cuando alguna detecta una amenaza. Esa misma madriguera que él mismo excavó en la tierra y que le sirve de refugio. Esa madriguera, que antes no estaba y que, con esfuerzo, modificó su ambiente para que existiera y le sirviera para un propósito. ¿A que resulta extrañamente familiar? Pues la cosa no acaba ahí. Esta madriguera es aprovechada por otras especies cuando no hay ya ningún conejo, por ejemplo, por zorros. También es un lugar donde algunos invertebrados pueden crecer aún existiendo conejos en el interior y, por tanto, ofrecen un hábitat que antes no existía. Si vamos a nuestras ciudades, esto nos resulta cotidiano porque proporcionamos un hábitat a muchos animales como ratas, palomas, gorriones o perros. Y el humilde conejo, en principio nada sospechoso de parecerse demasiado a nosotros, hace exactamente lo mismo.
A los organismos que modulan directa o indirectamente la disponibilidad de otras especies gracias a modificar el ambiente, creando, modificando o manteniendo con ello nuevos hábitats se les conoce como ingenieros de ecosistemas. Obviamente el conejo y el ser humanos son ingenieros de ecosistemas, aunque el ser humano crea ser el único que hace estas cosa, pero ¿Y una encina?
Cuando una encina germina de una bellota y sale un árbol joven no modifica excesivamente su entorno, pero eso va cambiando sustancialmente con el paso del tiempo. Poco a poco la propia encina puede servir de lugar donde viven un montón de aves . Sus raíces, su tronco o sus ramas pueden servir de refugio a muchas especies animales y, además, sus bellotas o sus hojas pueden servir de alimento. Por si esto fuera poco, algunos invertebrados pueden vivir en su madera. Incluso, con el tiempo, de esta encina puede llegar a surgir un bosque. La inconsciente encina lo único que ha hecho es desarrollarse y modificarse a si misma, y con el tiempo, ha modificado el paisaje de una manera notable.
La encina es también un ingeniero de ecosistemas pero lo hace de una manera muy distinta al conejo o al ser humano. Y la forma del conejo y el ser humano son muy similares. Al primer grupo de organismos se les conoce como ingenieros autogénicos y al segundo como alogénicos porque modifican otras cosas sin modificarse a sí mismos. Lo más interesante es que podemos poner miles de ejemplos de cada uno de ellos. Zorros árticos, elefantes, hormigas, termitas o castores son ejemplos de alogénicos mientras que el fitoplanctón, las plantas acuáticas, los corales o los árboles son autogénicos. Sin estos organismos los ecosistemas no funcionarían o funcionarían de una manera distinta. Su importancia al realizar un servicio al ecosistema es enorme.
¿Que ocurre cuando un ingeniero de ecosistemas se convierte en una especie invasora gracias a la negligencia humana? Las alteraciones en el nuevo hábitat pueden causar enormes impactos sobre la comunidad local. Las condiciones locales cambian a otras en que las especies autóctonas no están adaptadas. En consecuencia, se pone en peligro a toda la comunidad, en mayor o menor medida, dependiendo de la severidad del cambio. Si el cambio es muy severo y la comunidad no es capaz de adaptarse a esas nuevas condiciones puede llegar a desaparecer. Un ejemplo de esto es la introducción de castores en el Parque Nacional de Tierra del Fuego (Argentina).
Algo parecido se puede dar en el caso de perder un ingeniero de ecosistemas autóctono. Las especies vinculadas al hábitat que modificaba este,no podrían desarrollarse con normalidad. Esto originaría una serie de impactos en cascada en otras especies.
Los ejemplos puestos anteriormente nos muestran la importancia de los ingenieros de ecosistemas, pero también de las interacciones que tienen los seres vivos entre si. La importancia de estas formas de vida, quizás, nos deba hacer ver nuestra propia fragilidad como especie que no vive sola y está en contacto con muchas otras. Sería muy necio por nuestra parte asumir que podemos soportar la extinción de toda especie mientras nosotros reinamos indemnes sobre una montaña de cadáveres de seres extintos. La conocida como sexta extinción se asoma a nuestra puerta y la pregunta realmente es: ¿Cuando seremos la próxima especie en extinguirse?
Es fácil imaginar a un conejo dando saltos por el campo con sus orejas puntiagudas y alimentándose de los vegetales que encuentra. También nos lo podemos imaginar huyendo hacia su madriguera rápidamente cuando alguna detecta una amenaza. Esa misma madriguera que él mismo excavó en la tierra y que le sirve de refugio. Esa madriguera, que antes no estaba y que, con esfuerzo, modificó su ambiente para que existiera y le sirviera para un propósito. ¿A que resulta extrañamente familiar? Pues la cosa no acaba ahí. Esta madriguera es aprovechada por otras especies cuando no hay ya ningún conejo, por ejemplo, por zorros. También es un lugar donde algunos invertebrados pueden crecer aún existiendo conejos en el interior y, por tanto, ofrecen un hábitat que antes no existía. Si vamos a nuestras ciudades, esto nos resulta cotidiano porque proporcionamos un hábitat a muchos animales como ratas, palomas, gorriones o perros. Y el humilde conejo, en principio nada sospechoso de parecerse demasiado a nosotros, hace exactamente lo mismo.
A los organismos que modulan directa o indirectamente la disponibilidad de otras especies gracias a modificar el ambiente, creando, modificando o manteniendo con ello nuevos hábitats se les conoce como ingenieros de ecosistemas. Obviamente el conejo y el ser humanos son ingenieros de ecosistemas, aunque el ser humano crea ser el único que hace estas cosa, pero ¿Y una encina?
Cuando una encina germina de una bellota y sale un árbol joven no modifica excesivamente su entorno, pero eso va cambiando sustancialmente con el paso del tiempo. Poco a poco la propia encina puede servir de lugar donde viven un montón de aves . Sus raíces, su tronco o sus ramas pueden servir de refugio a muchas especies animales y, además, sus bellotas o sus hojas pueden servir de alimento. Por si esto fuera poco, algunos invertebrados pueden vivir en su madera. Incluso, con el tiempo, de esta encina puede llegar a surgir un bosque. La inconsciente encina lo único que ha hecho es desarrollarse y modificarse a si misma, y con el tiempo, ha modificado el paisaje de una manera notable.
La encina es también un ingeniero de ecosistemas pero lo hace de una manera muy distinta al conejo o al ser humano. Y la forma del conejo y el ser humano son muy similares. Al primer grupo de organismos se les conoce como ingenieros autogénicos y al segundo como alogénicos porque modifican otras cosas sin modificarse a sí mismos. Lo más interesante es que podemos poner miles de ejemplos de cada uno de ellos. Zorros árticos, elefantes, hormigas, termitas o castores son ejemplos de alogénicos mientras que el fitoplanctón, las plantas acuáticas, los corales o los árboles son autogénicos. Sin estos organismos los ecosistemas no funcionarían o funcionarían de una manera distinta. Su importancia al realizar un servicio al ecosistema es enorme.
¿Que ocurre cuando un ingeniero de ecosistemas se convierte en una especie invasora gracias a la negligencia humana? Las alteraciones en el nuevo hábitat pueden causar enormes impactos sobre la comunidad local. Las condiciones locales cambian a otras en que las especies autóctonas no están adaptadas. En consecuencia, se pone en peligro a toda la comunidad, en mayor o menor medida, dependiendo de la severidad del cambio. Si el cambio es muy severo y la comunidad no es capaz de adaptarse a esas nuevas condiciones puede llegar a desaparecer. Un ejemplo de esto es la introducción de castores en el Parque Nacional de Tierra del Fuego (Argentina).
Es sabido que los castores cortan árboles y crean presas en ríos modificando su curso. Fuera de su hábitat original el impacto de su actividad es enorme. |
Algo parecido se puede dar en el caso de perder un ingeniero de ecosistemas autóctono. Las especies vinculadas al hábitat que modificaba este,no podrían desarrollarse con normalidad. Esto originaría una serie de impactos en cascada en otras especies.
Los ejemplos puestos anteriormente nos muestran la importancia de los ingenieros de ecosistemas, pero también de las interacciones que tienen los seres vivos entre si. La importancia de estas formas de vida, quizás, nos deba hacer ver nuestra propia fragilidad como especie que no vive sola y está en contacto con muchas otras. Sería muy necio por nuestra parte asumir que podemos soportar la extinción de toda especie mientras nosotros reinamos indemnes sobre una montaña de cadáveres de seres extintos. La conocida como sexta extinción se asoma a nuestra puerta y la pregunta realmente es: ¿Cuando seremos la próxima especie en extinguirse?
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